EL ESTUDIANTE DE
SALAMANCA
‘’Y a su
despecho y maldiciendo al cielo,
De ella apartó
su mano Montemar,
Y temerario
alzándola a su velo,
Tirando de él la
descubrió la faz
¡Es su esposo!,
los ecos retumbaron,
¡La esposa al
fin su consorte halló!
Los espectros
con júbilo gritaron:
¡Es el esposo de
su eterno amor!
[…]
Se acerca y le
dice, su diestra tendida,
que impávido
estrecha también Montemar:
Al fin
la palabra que disteis, cumplida;
doña Elvira,
vedla, vuestra esposa es ya’’
El estudiante de Salamanca,
primera obra madura de José de Espronceda, constituye un poema de mil
setecientos cuatro versos narrativos con fragmentos dramáticos, escrito y
publicado a lo largo de un período de cuatro años que abarca desde 1837 a 1840.
La elaboración paulatina que presenta el poema nos hará si cabe, más compleja y
relativa su interpretación. Sin embargo, podemos encontrar en él numerosos
elementos singulares de la literatura romántica: la exaltación del yo por parte
de Félix de Montemar, (personaje con una total libertad ceñido a ningún tipo de
norma), la muerte, y los lugares remotos que aparecen, como el inframundo o las
calles de Salamanca (calle del Ataúd), completarán los ingredientes que particularizan
las obras del Romanticismo, lo que encuadra manifiestamente al Estudiante de Salamanca dentro del
movimiento.
A
través de los principales personajes de la obra (Félix de Montemar y Elvira) y
de las estrofas que introducen nuestra entrada, intentaremos revelar el triunfo
del Bien o del Mal en una visión global del Poema, donde la muerte adquirirá
un papel relevante.
Don
Félix de Montemar, retoma en su personaje el mito del don Juan (Segundo don Juan Tenorio, dice
Espronceda); es presentado como alma
fiera e insolente, irreligioso y valiente, altanero y reñidor, como un corazón gastado que mofa a
la mujer que corteja. En
contraposición a su figura, encontramos a Elvira, prototipo de mujer romántica
por las características que aúna; dulces
ojos lánguidos y hermosos (belleza), tímido e inocente ángel puro de amor.
Elvira,
sumida en una profunda locura de amor, es castigada con la muerte por los
pecados cometidos. No obstante, poco antes de morir, es capaz de recobrar la
cordura (Mas despertó también de su
locura […] volvió a su mente la razón perdida) y escribir unas palabras a don
Félix, en las que muestra cierta ambigüedad y dudosas interpretaciones respecto
a su arrepentimiento (¡Dulces horas de
amor, yo las bendigo! / perdón,
perdón ¡Dios mío!, si aún gozo en recordar mi desvarío). A pesar de los
pecados que la arrastran a recibir la muerte como arresto, el verdadero castigo
será cobrado por don Félix, que se muestra petulante y descreído hacia todo lo
que rodea al Mal (Seguid, señora, y
adelante vamos: tanto mejor si sois el diablo mismo, y Dios y el diablo y yo
nos conozcamos, y acábese por fin tanto embolismo. Que de tanto sermón, de
farsa tanta, juro, pardiez, que fatigado estoy: nada mi firme voluntad quebranta, sabed en fin que donde vayáis voy);
es sentenciado a morir casado con Elvira, mujer a la que despreció, engañó y
burló conscientemente.
El
texto, como vemos, está sujeto a múltiples interpretaciones. Por un lado, es
posible pensar que el Mal triunfa, pues de igual manera Elvira muere, una joven
que encarnaba numerosas virtudes; Sin embargo, don Félix, a pesar de no creer
en el Mal ni en todo lo que lo concierne muere, pero condenado a la unión con
la mujer que rechazó y por la que se vio envuelto en una trama satánica.
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