miércoles, 4 de diciembre de 2013

EL ESTUDIANTE DE SALAMANCA


‘’Y a su despecho y maldiciendo al cielo,
De ella apartó su mano Montemar,
Y temerario alzándola a su velo,
Tirando de él la descubrió la faz

¡Es su esposo!, los ecos retumbaron,
¡La esposa al fin su consorte halló!
Los espectros con júbilo gritaron:
¡Es el esposo de su eterno amor!
[…]
Se acerca y le dice, su diestra tendida,
que impávido estrecha también Montemar:
                                                   Al fin la palabra que disteis, cumplida;
doña Elvira, vedla, vuestra esposa es ya’’





El estudiante de Salamanca, primera obra madura de José de Espronceda, constituye un poema de mil setecientos cuatro versos narrativos con fragmentos dramáticos, escrito y publicado a lo largo de un período de cuatro años que abarca desde 1837 a 1840. La elaboración paulatina que presenta el poema nos hará si cabe, más compleja y relativa su interpretación. Sin embargo, podemos encontrar en él numerosos elementos singulares de la literatura romántica: la exaltación del yo por parte de Félix de Montemar, (personaje con una total libertad ceñido a ningún tipo de norma), la muerte, y los lugares remotos que aparecen, como el inframundo o las calles de Salamanca (calle del Ataúd), completarán los ingredientes que particularizan las obras del Romanticismo, lo que encuadra manifiestamente al Estudiante de Salamanca dentro del movimiento.

A través de los principales personajes de la obra (Félix de Montemar y Elvira) y de las estrofas que introducen nuestra entrada, intentaremos revelar el triunfo del Bien o del Mal en una visión global del Poema, donde la muerte adquirirá un papel relevante.

Don Félix de Montemar, retoma en su personaje el mito del don Juan (Segundo don Juan Tenorio, dice Espronceda); es presentado como alma fiera e insolente, irreligioso y valiente, altanero y reñidor, como un corazón gastado que mofa a la mujer que corteja. En contraposición a su figura, encontramos a Elvira, prototipo de mujer romántica por las características que aúna; dulces ojos lánguidos y hermosos (belleza), tímido e inocente ángel puro de amor.

Elvira, sumida en una profunda locura de amor, es castigada con la muerte por los pecados cometidos. No obstante, poco antes de morir, es capaz de recobrar la cordura (Mas despertó también de su locura […] volvió a su mente la razón perdida) y escribir unas palabras a don Félix, en las que muestra cierta ambigüedad y dudosas interpretaciones respecto a su arrepentimiento (¡Dulces horas de amor, yo las bendigo! / perdón, perdón ¡Dios mío!, si aún gozo en recordar mi desvarío). A pesar de los pecados que la arrastran a recibir la muerte como arresto, el verdadero castigo será cobrado por don Félix, que se muestra petulante y descreído hacia todo lo que rodea al Mal (Seguid, señora, y adelante vamos: tanto mejor si sois el diablo mismo, y Dios y el diablo y yo nos conozcamos, y acábese por fin tanto embolismo. Que de tanto sermón, de farsa tanta, juro, pardiez, que fatigado estoy: nada mi firme voluntad quebranta, sabed en fin que donde vayáis voy); es sentenciado a morir casado con Elvira, mujer a la que despreció, engañó y burló conscientemente.

El texto, como vemos, está sujeto a múltiples interpretaciones. Por un lado, es posible pensar que el Mal triunfa, pues de igual manera Elvira muere, una joven que encarnaba numerosas virtudes; Sin embargo, don Félix, a pesar de no creer en el Mal ni en todo lo que lo concierne muere, pero condenado a la unión con la mujer que rechazó y por la que se vio envuelto en una trama satánica.

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