miércoles, 11 de diciembre de 2013

DON JUAN TENORIO



DON LUIS:      Digo que acepto el partido
Para darlo por perdido,
¿queréis veinte días?
DON JUAN:    Seis.
DON LUIS:     ¡Por Dios, que sois hombre extraño!
¿Cuántos días empleáis
en cada mujer que amáis?
DON JUAN:   Partid los días del año
entre las que ahí encontráis.
Uno para enamorarlas,
otro para conseguirlas,
otro para abandonarlas,
dos para sustituirlas
y una hora para olvidarlas.
         
                                  



La continua reinterpretación de la figura de don Juan, creada por Tirso de Molina en su Burlador de Sevilla, será popularizada por José Zorrilla en su más que conocido Don Juan Tenorio, dentro de lo que ya se ha convertido en un mito. El paulatino cambio de actitud de nuestro protagonista, que de la conducta más pendenciera y donjuanesca —valga la redundancia—  pasa al más claro arrepentimiento por los pecados cometidos, llevará a posicionarlo como principal foco de la obra.

El desafecto y frialdad con que se expresa don Juan al comienzo, dan evidentes muestras de su seductor carácter con las mujeres, a las que parece rebajar a la categoría de puro objeto de seducción, describiendo con atrevido descaro lo poco que suponen para él. Vemos así, en los resumidos versos que abren nuestra entrada, lo que figura para don Juan el amor, que queda reducido a un simple montón de palabras expresadas con la más absoluta desfachatez.  

Su carácter altanero y excesivo, acompañado de una total ausencia de remordimientos en lo que respecta a ello, irá progresando de manera escalonada hacia un arrepentimiento ante don Gonzalo; Padre de doña Inés, novicia a punto de confesar a la que seduce y burla, que será el motivo central que hará a Tenorio arrepentirse y por el que también llegará a alcanzar la salvación divina (de mi alma con la amargura / purifiqué su alma impura / la salvación de don Juan / y Dios concedió a mi afán la salvación de don Juan […] y Dios te otorga por mí / tu dudosa salvación) de la que en un primer momento cree no podrá disfrutar, pues culpa a Dios de no oír sus plegarias, exculpándose así de toda responsabilidad justo antes de arrojarse por el balcón (Llamé al cielo y no me oyo / y pues sus puertas me cierra / de mis pasos en la tierra / responda el cielo, y no yo).

Más tarde, y a pesar de las vacilaciones (y pues tal mi vida fue / no, no hay perdón para mí), veremos como este perdón que a Dios implora, finalmente se le concede (¡Clemente Dios, gloria a Ti! […] que, pues me abre el purgatorio / un punto de penitencia) mostrándose, ya sí, como una persona creyente (es el Dios de la clemencia / el Dios de don Juan Tenorio).

En contraposición al descreimiento que muestra don Félix ante la humanidad en El estudiante de Salamanca, con este final observamos como don Juan deja a un lado la rebelión que en un principio lo posee, para más tarde acatar a la divinidad. No obstante, sería imposible afirmar que nuestro protagonista no se halle movido por un doble eje que dirige su arrepentimiento final: La posible condena  que lo lleve a los infiernos, o la salvación con la que finalmente consume su vida junto a la de doña Inés en el cielo (Cae don Juan a los pies de doña Inés, y mueren ambos. De sus bocas salen sus almas representadas en dos brillantes llamas, que se pierden en el espacio al son de la música).

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