DON JUAN TENORIO
DON
LUIS: Digo que acepto el partido
Para
darlo por perdido,
¿queréis
veinte días?
DON
JUAN: Seis.
DON
LUIS: ¡Por Dios, que sois hombre extraño!
¿Cuántos
días empleáis
en
cada mujer que amáis?
DON
JUAN: Partid
los días del año
entre
las que ahí encontráis.
Uno
para enamorarlas,
otro
para conseguirlas,
otro
para abandonarlas,
dos
para sustituirlas
y
una hora para olvidarlas.
La
continua reinterpretación de la figura de don Juan, creada por Tirso de Molina
en su Burlador de Sevilla, será popularizada
por José Zorrilla en su más que conocido Don
Juan Tenorio, dentro de lo que ya
se ha convertido en un mito. El paulatino cambio de actitud de nuestro
protagonista, que de la conducta más pendenciera y donjuanesca —valga la
redundancia— pasa al más claro arrepentimiento
por los pecados cometidos, llevará a posicionarlo como principal foco de la
obra.
El
desafecto y frialdad con que se expresa don Juan al comienzo, dan evidentes
muestras de su seductor carácter con las mujeres, a las que parece rebajar a la
categoría de puro objeto de seducción, describiendo con atrevido descaro lo
poco que suponen para él. Vemos así, en los resumidos versos que abren nuestra
entrada, lo que figura para don Juan el amor, que queda reducido a un simple montón
de palabras expresadas con la más absoluta desfachatez.
Su
carácter altanero y excesivo, acompañado de una total ausencia de
remordimientos en lo que respecta a ello, irá progresando de manera escalonada hacia
un arrepentimiento ante don Gonzalo; Padre de doña Inés, novicia a punto de
confesar a la que seduce y burla, que será el motivo central que hará a Tenorio
arrepentirse y por el que también llegará a alcanzar la salvación divina (de mi alma con la amargura / purifiqué su
alma impura / la salvación de don Juan /
y Dios concedió a mi afán la salvación de don Juan […] y Dios te otorga por mí / tu dudosa salvación) de la que en un
primer momento cree no podrá disfrutar, pues culpa a Dios de no oír sus
plegarias, exculpándose así de toda responsabilidad justo antes de arrojarse
por el balcón (Llamé al cielo y no me oyo
/ y pues sus puertas me cierra / de mis pasos en la tierra / responda el cielo,
y no yo).
Más
tarde, y a pesar de las vacilaciones (y
pues tal mi vida fue / no, no hay perdón para mí), veremos como este perdón
que a Dios implora, finalmente se le concede (¡Clemente Dios, gloria a Ti! […]
que, pues me abre el purgatorio / un punto de penitencia) mostrándose, ya sí, como una persona
creyente (es el Dios de la clemencia / el
Dios de don Juan Tenorio).
En
contraposición al descreimiento que muestra don Félix ante la humanidad en El estudiante de Salamanca, con este final
observamos como don Juan deja a un lado la rebelión que en un principio lo
posee, para más tarde acatar a la divinidad. No obstante, sería imposible afirmar
que nuestro protagonista no se halle movido por un doble eje que dirige su arrepentimiento
final: La posible condena que lo lleve a
los infiernos, o la salvación con la que finalmente consume su vida junto a la de doña Inés en el cielo (Cae don Juan a los
pies de doña Inés, y mueren ambos. De sus bocas salen sus almas representadas
en dos brillantes llamas, que se pierden en el espacio al son de la música).
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