viernes, 13 de diciembre de 2013

DON JUAN TENORIO

¡Ay! ¿Qué filtro envenenado
me dan en este papel,
Que el corazón desgarrado
me estoy sintiendo con él?
¿Qué sentimientos dormidos
son los que revela en mí?
¿Qué impulsos jamás sentidos?
¿Qué luz, que hasta hoy nunca vi?
¿Qué es lo que engendra en mi alma
tan nuevo y profundo afán?
¿Quén roba la dulce calma
de mi corazón?



Frente al satanismo donjuanesco con que se califica a nuestro don Juan Tenorio —Vos si que sois un diablillo, dice Brígida—, doña Inés de Ulloa nos aparece representada como un ángel de amor, en cuya figura encontramos, una vez más, el tipo fundamental de mujer en el Romanticismo, descrita por la abadesa del convento como  una joven cándida y buena que se encuentra asociada simbólicamente, entre otros, a la paloma —candor, inocencia—  

Será una fuerza externa a doña Inés y no ella, la que marque su trágico destino: Vemos como Brígida, que más hace de Trotaconventos con su función celestinesca que otra cosa, la que, con aduladoras palabras, encienda en la joven el amor por don Juan (Tú, Brígida, a todas horas / me venías de él a hablar / haciéndome recordar / sus gracias fascinadoras) condenándola a morir por esta pasión que siente. Así, doña Inés, que en un principio se muestra reacia a ceder ante su honor y dando cuenta del peligro que supone hallarse en la quinta de Tenorio (Noble soy, Brígida, y sé / que la casa de don Juan / no es buen sitio para mí) finalmente sucumbe al amor, dejando a un lado esa imagen etérea que la rodeaba y alejándose así de la figura de Virgen María con era descrita (¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí!, / sino caer en vuestros brazos, / si el corazón en pedazos / me vais robando de aquí? / No, don Juan, en poder mío / resistirte no está ya).

A pesar de haberse alejado de la irreal imagen de Virgen María que proyectaba, en doña Inés aun prevalece ese carácter angelical que solo puede poseer un alma pura como la suya, pues es ella quien consigue con su muerte la purificación y salvación de don Juan, en torno a la cual gira la obra (De mi alma con la amargura / purifiqué su alma impura […] Yo mi alma he dado por ti, / y Dios te otorga por mí / tu dudosa salvación). 

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