DON
JUAN TENORIO
¡Ay!
¿Qué filtro envenenado
me
dan en este papel,
Que
el corazón desgarrado
me
estoy sintiendo con él?
¿Qué
sentimientos dormidos
son
los que revela en mí?
¿Qué
impulsos jamás sentidos?
¿Qué
luz, que hasta hoy nunca vi?
¿Qué
es lo que engendra en mi alma
tan
nuevo y profundo afán?
¿Quén
roba la dulce calma
de
mi corazón?
Frente
al satanismo donjuanesco con que se califica a nuestro don Juan Tenorio —Vos si que sois un diablillo, dice
Brígida—, doña Inés de Ulloa nos aparece representada como un ángel de amor, en cuya figura
encontramos, una vez más, el tipo fundamental de mujer en el Romanticismo,
descrita por la abadesa del convento como
una joven cándida y buena que
se encuentra asociada simbólicamente, entre otros, a la paloma —candor, inocencia—
Será
una fuerza externa a doña Inés y no ella, la que marque su trágico destino:
Vemos como Brígida, que más hace de Trotaconventos con su función celestinesca
que otra cosa, la que, con aduladoras palabras, encienda en la joven el amor
por don Juan (Tú, Brígida, a todas horas
/ me venías de él a hablar / haciéndome recordar / sus gracias fascinadoras) condenándola a morir por esta pasión que
siente. Así, doña Inés, que en un principio se muestra reacia a ceder ante su
honor y dando cuenta del peligro que supone hallarse en la quinta de Tenorio (Noble soy, Brígida, y sé / que la casa de
don Juan / no es buen sitio para mí) finalmente sucumbe al amor, dejando a
un lado esa imagen etérea que la rodeaba y alejándose así de la figura de
Virgen María con era descrita (¿Y qué he
de hacer, ¡ay de mí!, / sino caer en vuestros brazos, / si el corazón en
pedazos / me vais robando de aquí? / No, don Juan, en poder mío / resistirte no
está ya).
A
pesar de haberse alejado de la irreal imagen de Virgen María que proyectaba, en
doña Inés aun prevalece ese carácter angelical que solo puede poseer un alma pura
como la suya, pues es ella quien consigue con su muerte la purificación y
salvación de don Juan, en torno a la cual gira la obra (De mi alma con la amargura / purifiqué su alma impura […] Yo mi alma he dado por ti, / y Dios te
otorga por mí / tu dudosa salvación).
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